Por Facundo Pekerman, Consultor en Supply Chain.
Estudiar logística mientras se trabaja en el rubro no es una excepción en Argentina: es una característica común entre quienes cursan carreras vinculadas a la cadena de suministro, tanto en universidades públicas como privadas. En un sector que crece y se transforma con rapidez, la formación profesional muchas veces ocurre en paralelo al trabajo, como una forma de validar la experiencia práctica, aspirar a mejores posiciones o profundizar conocimientos técnicos. Sin embargo, esa simultaneidad, que a simple vista parecería una ventaja —aprender en el aula y aplicar en el trabajo—, se convierte muchas veces en una fuente de tensiones, obstáculos y desgaste.
Este artículo busca poner en palabras esa experiencia desde una mirada personal. Quienes trabajamos y estudiamos en logística enfrentamos una doble exigencia: aprender mientras hacemos, y hacer mientras intentamos sistematizar lo aprendido. Mi recorrido profesional, que va desde puestos operativos hasta la consultoría estratégica, me permite hoy mirar esa trayectoria con perspectiva crítica, y con la convicción de que la universidad —sea pública o privada— tiene que reconocer esa realidad para que el trayecto formativo sea posible, exigente y transformador.
Entre la teoría y la práctica: la tensión constante
A lo largo de los años trabajé como operario de picking, planificador de entregas, analista de customer service y de abastecimiento. Hoy me desempeño como consultor en supply chain, participando en proyectos de optimización y rediseño de procesos logísticos para diversas industrias. Esa trayectoria me permite ver el sector desde distintos ángulos, y al mismo tiempo, atravesar la carrera universitaria con una mochila que no es sólo académica.
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Uno de los aprendizajes más claros fue que la teoría y la práctica no siempre se encuentran en el mismo tiempo y lugar. En muchas materias, los conceptos que se enseñaban parecían lejanos a los desafíos cotidianos de un depósito, una sala de planificación o una reunión con proveedores. Pero con el tiempo entendí que esa distancia no necesariamente implica una falla, sino una diferencia de perspectivas: la teoría busca generalizar, ordenar, anticipar; la práctica exige adaptarse, improvisar, resolver.
El problema aparece cuando esa brecha no se reconoce ni se trabaja. Cuando los contenidos curriculares se piensan desde un modelo ideal, desconectado del campo laboral real, y cuando las estructuras académicas no contemplan que muchos estudiantes llegan a clase después de haber trabajado diez horas, o deben ausentarse porque tienen que cubrir un turno. La falta de flexibilidad se convierte entonces en un factor de exclusión silenciosa.
Lo que sí se aprende trabajando
A pesar de estos obstáculos, la experiencia laboral aporta muchísimo a la formación. Permite poner a prueba ideas, desarrollar criterio técnico y aprender a leer los procesos logísticos en toda su complejidad. En mi caso, cada paso por empresas como Bonafide, Peñaflor, DIA Argentina, y actualmente, MIebach consulting me enseñaron algo distinto: la importancia de los flujos físicos, la gestión de la demanda, la interacción con clientes internos y externos, los límites de la planificación frente a la realidad operativa.
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Trabajar mientras se estudia permite, además, darle sentido a lo que se aprende. No es lo mismo escuchar hablar de lead time o picking en una clase, que haberlo vivido durante un turno completo. Esa vivencia no reemplaza el conocimiento teórico, pero lo complementa, lo tensiona, lo enriquece. La universidad tiene la oportunidad de hacer de ese cruce una fortaleza, si se plantea acompañar, sistematizar, validar. No se trata de bajar exigencias, sino de reconocer otros modos de aprender, otras formas de construir saber, que no siempre pasan por el aula.
Qué podríamos mejorar
Si pensamos en una formación que esté a la altura de las necesidades actuales del sector logístico, es indispensable reforzar el vínculo con las herramientas tecnológicas que hoy marcan el estándar a nivel mundial. La formación universitaria debe acercar al estudiante a los sistemas reales de gestión logística, al uso de datos para la toma de decisiones, y a las soluciones digitales que ya son parte cotidiana en muchas operaciones. Tecnologías como la inteligencia artificial aplicada al pronóstico de demanda, la automatización de almacenes, y el uso de robots autónomos para tareas repetitivas ya no son escenarios futuros: son el presente en muchas industrias.
Más que una visión idealizada de los procesos, lo que necesita el profesional logístico es una mirada orientada a la resolución práctica de problemas, con eficiencia, criterio técnico y comprensión de contexto. La logística es, ante todo, un área de servicio para la industria. Su función no es solo mover productos, sino garantizar que lo haga en tiempo y forma. Por eso, el profesional debe estar preparado para identificar cuellos de botella, tomar decisiones bajo presión y adaptarse a entornos cambiantes. Integrar estos desafíos reales al proceso formativo —desde el estudio de casos reales hasta el uso de software y herramientas aplicadas— es clave para formar perfiles que puedan aportar valor desde el primer día.
La universidad como puente, no como barrera
Formarse en logística mientras se trabaja en logística no debería ser un problema. Debería ser una oportunidad para construir conocimiento situado, para formar profesionales que comprendan tanto los modelos como los márgenes, tanto las herramientas como sus límites. La universidad —pública o privada— tiene el desafío de acompañar trayectorias reales, valorando la diversidad de recorridos y contextos. No pedimos que sea más fácil: pedimos que sea posible. Que quienes trabajamos, estudiamos y soñamos con crecer en este campo podamos hacerlo sin tener que rendir pruebas extra que poco dicen sobre nuestras capacidades reales. Que podamos recibirnos, aportar y transformar, desde el lugar que cada uno ocupa.
Y en ese camino, no se puede perder de vista que, incluso con toda la tecnología disponible, la logística sigue siendo una actividad profundamente humana. Los procesos automatizados conviven con equipos de personas que hacen posible la operación cada día. La gestión de turnos, la coordinación de tareas, los conflictos sindicales, las negociaciones, los errores humanos y las soluciones colectivas son parte estructural del trabajo logístico. Formar buenos profesionales también implica formar personas capaces de liderar, escuchar, adaptarse y trabajar con otros. La tecnología potencia, pero no reemplaza la necesidad de construir equipos sólidos, justos y preparados para los desafíos que impone cada día la cadena de suministro.